jueves, 24 de junio de 2010

Un grito de amor desde el centro del mundo - Kyoichi Katayama






Supongo que debería hacer una sinopsis comparativa con el dorama Sekachu, pero no lo tengo tan reciente como para poder hacerlo. Así que explicare el libro detenidamente. El libro muestra a través de pequeñas pinceladas y saltos en el tiempo, como una persona supera el vació que queda tras una muerte.
El libro traducido por Lourdes Porta deja las pequeñas connotaciones japonesas que caracterizan el libro, para no perder así la esencia, aunque supongo que del mismo modo despista un poco aquellos que no conozcan la cultura japonesa, pero es una buena excusa para invitar a hacerlo.
El libro se compone de 5 capítulos subdivididos en apartados, y hay dos momentos en el tiempo primordiales, los recuerdos de juventud, y el Saku atormentado por la muerte de Aki.

Aquella mañana me desperté llorando. Como siempre. Ni siquiera sabía si estaba triste. Junto con las lágrimas, mis emociones se habían ido deslizando hacia alguna parte. Así empieza con una persona atormentada viaja con los padres de aquella persona que amo tanto para esparcir sus cenizas en Australia, su ultimo deseo. A mí, una sola muerte me ha despojado de todas mis emociones.
Nos explica como conoció a Aki, y como poco a poco su amistad se hacia mas profunda, causando los celos de sus compañeros. Nunca se dio cuanta de aquello hasta que los celos de uno hicieron que recibiera un golpe, pero aun así, no fue hasta en el funeral de una profesora, cuando la vio por primera vez como una mujer, y sintió celos de si mismo. De haber tenido una relación tan estrecha, de haber obtenido su confianza y no darse cuenta de sus sentimientos. A pesar de aquello, antes de su revelación mando una postal a un programa que ella escuchaba todas las noches, para que se la publicaran contó que la chica que le gustaba tenia leucemia, ella le grito por utilizar una historia así para conseguir publicarla.
Cuanta como sus banales conversaciones durante el tramo de camino hasta separarse, van formando recuerdos imborrables. Un día su abuelo decidió contarle como había amado a una mujer y las circunstancias y la guerra los habían separado, se habían prometido que estarían junto en el mas allá. Su abuelo le pide que le ayude a robar las cenizas de su amada, este se niega pero Aki lo convence para hacerlo. Su abuelo hizo una petición, que juntara sus cenizas con las de ella.
Cuenta de un modo pausado y sencillo, su excursión al zoo, su primer beso repentino tras oír la historia de las cenizas, aquella encerrona en una isla desierta, todo lleno de bellos recuerdos, hasta que un día de repente, Aki se puso enferma.Ella estaba aislada y empezaron un ritual de un beso a escondidas de las enfermeras. Era la primera vez que la veía llorar. Aquella inestabilidad emocional no sabía si se debía a la enfermedad o si era efecto secundario de la medicación. Pero yo, aquel día, por primera vez, tome conciencia de la gravedad de su estado.
Los efectos secundarios, las nauseas, la caída del pelo, un desastre tras otro, todo causado por la leucemia, aquella enfermedad que utilizo en la radio.
Aki cada vez se centraba mas en historias sobre Australia, aquel viaje que se perdió por estar enferma. Saku le promete que cuando estuviera bien, irían, que el lo prepararía. Día tras día miraba hoteles, billetes, e incluso tras la desesperación de conseguir el dinero para costearlo, se lo pidió a su abuelo. Todo estaba preparado solo faltaba el pasaporte de ella, entro en su casa sin problemas. Tuve la alucinación de que ya había perdido a Aki y de que, en aquellos momentos, estaba en la habitación mirando lo que ella había dejado tras de si.
Pronto emprendieron su huida y Aki dijo... desde que nací, no ha habido un solo segundo en que tu no hayas estado en este mundo. Nací en un mundo en el que tú ya estabas. A mi me es totalmente desconocido un mundo en el que tu no estés. Ella empezó a sangra y cayo al suelo yo no me dirigía a Aki, ni tampoco a quienes me rodeaban. Imploraba una y otra vez a un ente superior, el único que podía atender mis plegarias.
Se ha ido dejando solo unos recuerdos como un muro de cristal que se yergue.
No pudo deshacerse de sus cenizas en Australia y pretendía lanzarlas en aquella isla donde estuvieron una noche, pero no pudo. Pero un día decidió que si podía, las cenizas blanquecinas flotaron por el cielo del crepúsculo como una ventisca.

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